domingo, 10 de abril de 2016

PRÓLOGO DE GUSTAVO HASPERUÉ AL LIBRO "ECONOMÍA PARA SACERDOTES"

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Las enseñanzas de la Iglesia en materia moral incluyen cuestiones económicas y no es raro que sacerdotes, religiosos y laicos con formación teológica y filosófica expresen opiniones sobre cuestiones de economía desde su propia inspiración cristiana. La caridad nos impulsa a buscar una sociedad más justa en la que todas las personas tengan la oportunidad de lograr su desarrollo y plenitud, y buena parte de los problemas que enfrentamos para el logro de ese ideal son de índole económica o al menos tienen una clara dimensión económica. Todo esto es muy comprensible y estaría muy bien si no fuera porque, en general, no existe una buena relación entre los religiosos y la teoría económica. La educación económica no se suele incluir en la formación de los seminaristas o religiosos ni en las facultades de teología. Salvo excepciones, se desconfía de una disciplina que tiene la imagen de ser fría y poco humana, de reducir al hombre a una caricatura llamada “homo economicus”, y de resistirse en nombre de la neutralidad científico-técnica a todo juicio de carácter moral. Para complicar las cosas, el tipo de economía que predomina hoy en los claustros universitarios ya no es el de aquella disciplina humanística que surgió de la filosofía moral y se distinguió de la misma sin oponerse sino su variante neoclásica, matemática, con su tendencia a concebir de modo casi mecánico los procesos de mercado.

La visión mecanicista dominante no suele profundizar en los aspectos epistemológicos ni en los supuestos antropológicos que serían precisamente el lugar en el que podría darse un  diálogo fecundo entre economía, filosofía y teología. Y se extiende así en los ámbitos religiosos, aunque no exclusivamente, la idea de que la economía es una suerte de tecnología que debería intervenir en los procesos sociales aplicando soluciones técnicas para problemas como la pobreza o el desempleo. Los religiosos suelen formarse una opinión ética sobre tales propuestas a partir de la supuesta intención de los agentes y los fines que dicen buscar, pero no entran en el análisis del proceso de mercado que les permitiría evaluar las consecuencias no intentadas que surgirán a pesar de la voluntad de los ingenieros sociales.

El libro que ahora presentamos tiende un puente entre la visión cristiana de la vida y la concepción clásica y humanista de la economía que hunde sus raíces en la escolástica española, se desarrolla en el ámbito de la escuela escocesa y es cultivada hasta nuestros días por la escuela austríaca. En un esfuerzo por hacer accesibles a quienes tienen formación teológica los conceptos fundamentales de la economía, los autores muestran cuál es el lugar propio del análisis económico y en qué medida debe ser tenido en cuenta para un juicio ético relevante sobre los fenómenos sociales. Este libro no modificará el compromiso de los creyentes ni su opción preferencial por los pobres pero seguramente los llevará a replantearse su visión de la economía y de los medios más adecuados para lograr el desarrollo humano.

Gustavo Hasperué

Instituto Acton

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