domingo, 28 de marzo de 2010

UNA DOLOROSA REFLEXIÓN: LOS ABUSOS POR PARTE DE SACERTOTES CATÓLICOS

Siempre he estado acostumbrado a defender a la Iglesia. Lo más fácil consiste en las apologías doctrinales: los ataques a las creencias básicas de la Fe. Ello se hace con alegría y calma, sabiendo que la comprensión de la Fe es un milagro, y que nadie la obtiene de su propia naturaleza sino de la Gracia de Dios.

Más difícil, por supuesto, es defender a la Iglesia de los errores prácticos y-o intelectuales de muchos de sus miembros, que no afectan a la Fe ni a la Iglesia en tanto Iglesia (cuerpo místico de Cristo) pero que desdibujan totalmente su imagen ante creyentes y no creyentes y llegan a encarnarse institucionalmente de un modo tal que exige mucha fe su distinción.

Pero esta última cuestión, los abusos sexuales a niños y adolescentes cometidos por sacerdotes, es un grado de dificultad, de cruz, que sencillamente, al principio, nos deja mudos y perplejos. No porque afecte a la Fe y a la Iglesia en tanto Iglesia, que sigue y seguirá incólume como cuerpo místico de Cristo, ante la cual las puertas del infierno no prevalecerán (indefectibilidad de la Iglesia). Pero sí por el dolor profundísimo, agudo, inenarrable, casi imposible de expresar, que todo esto causa a cualquiera que tenga Fe y ame a la Iglesia en tanto Iglesia.

Por supuesto que puede ser que parte de esto esté inflado por los que desprecian a la Iglesia, por supuesto que todo esto es aprovechado por quienes odian con toda su alma a Benedicto XVI, dentro y fuera de la Iglesia. Por supuesto, también, que los que perpetran los abusos deben enfrentar el rigor de la justicia civil y del derecho canónico, más allá del sacramento de la confesión y del tratamiento psicológico que puedan tener después, y por supuesto que deben ser impedidos para siempre del ejercicio del ministerio sacerdotal. Por supuesto… Muchas cosas. Pero la cuestión que yo quisiera humildemente reflexionar es: ¿por qué?

No creemos que la cuestión pase por el celibato sacerdotal de la Iglesia de rito latino, los abusos se registran también en personas sexualmente activas. El abusador es un perverso, pero no en el sentido despectivo del término, sino en un sentido técnico freudiano: es alguien que no ha podido desarrollar las etapas de la sexualidad en cuanto a la elección de objeto, ha quedado fijado en las primeras etapas de la sexualidad infantil, cuando el objeto es más indiferenciado, y no ha podido incorporar la “ley del padre” y los “no” correspondientes que la cultura va imponiendo a la sexualidad del sujeto. Obviamente, el transcurrir de las etapas de la sexualidad, la elección del objeto sexual en el adulto del otro sexo y la incorporación de le ley del padre, con el desarrollo correspondiente del super yo, no se hace sin precio. El precio es precisamente el conjunto de diversas neurosis que producen diversos conflictos o síntomas. Pero como vimos, la perversión es algo más delicado. Cabe aclarar que para Freud, hay perversiones que para gran parte de la cultural actual no lo son. Pero esa es otra cuestión: interesante, pero nos saca de tema.

Una conclusión interesante de todo esto es que, si seguimos a Freud en todo esto, el desarrollo de una sexualidad heterosexual adulta es un proceso muy delicado, y puede haber constantemente fijaciones o regresiones a etapas anteriores y, si no la hay, diversas neurosis con las que podríamos convivir mejor si hiciéramos de ellas el correspondiente análisis. Me atrevo a decir que rara vez una de las mejores formas de reconversión de la energía sexual, la sublimación, se puede dar con relativo éxito (no se si es esa la palabra adecuada).

Si los católicos estudiaran más a Freud en estos temas, más que criticarlo todo el tiempo por sus obvias incompatibilidades filosóficas con la Fe, serían más conscientes de que la vida de templanza que la Fe nos pide, por amor a Dios, es más difícil de lo que se supone. Hay aún mucha negación de conflictos, y un desproporcionado fideísmo en la sola gracia de Dios dejando de lado que en estos temas, igual que en los temas médicos, la confianza en la Gracia curativa y sanadora de Dios no excluye el tratamiento natural que la ciencia, con su falibilidad, dicte en cada momento. Lo que quiero decir es: la vida de la Gracia en todo católico –soltero, casado, sacerdote, religioso- no excluye, sino que incluye, un psicoanálisis preventivo, para prevenirnos, precisamente, de que nuestra vida de Fe no esté tapando la negación de un conflicto grave que puede llevar a muchas dificultades, esto es, diversas neurosis que luego producen ese creyente sin alegría, “tapado por un conflicto que quiere tapar”.

Si esto debería ser así en todo católico, ¿cuánto más en quienes aspiran al ministerio sacerdotal? Pero entonces preguntemos: ¿es generalizada la costumbre de realizar psico-diagnósticos y tratamientos psicológicos preventivos (o no) a quienes van a tener tan altísima responsabilidad ante la Iglesia y el mundo?

¿Si? ¿Seguro que sí? ¿Se hace habitualmente en los ambientes católicos y en todos y cada uno de los seminarios, como norma elemental, como casi rutina en la formación sacerdotal?

Creo que vemos a dónde estoy apuntando. No es cuestión de negar los valores del celibato y-o de la virtud de la castidad que todo soltero o casado debe vivir, sino de tomar mayor conciencia de la necesidad de la psicoterapia, y, sobre todo, de utilizar los elementos técnicos del psicoanálisis freudiano, tan criticado por su pan-sexualismo (tema a debatir), debate casi inútil que esconde una obviedad que la misma antropología de Santo Tomás nos dice: somos seres sexuados. La sexo-afectividad inunda sanamente nuestra vida humana, y por ende, si queremos vivir la virtud de la castidad, debemos cuidar nuestro psiquismo y vigilar la evolución de sus etapas. Que la gracia de Dios es indispensable para ello, es obvio, pero creo que igualmente obvio es que si tengo una laringitis voy al médico, confiando al mismo tiempo en la virtud sanadora incluso física que tiene la Gracia de Dios. Causa primera y causa segunda. Naturaleza y Gracia, sin contraposición. Santo Tomás marca un modo, un estilo, más que fórmulas muertas en un viejo manual.

Espero que esta sea una de las conclusiones de esta grave crisis. Claro que ella es aprovechada por los que odian a la Iglesia y en particular a este papa, a este sencillo profesor de teología que dice siempre lo que piensa y entiende menos de política que su antecesor. Pero la crisis es interna y es real. Urgen medidas internas severas y curativas, pero también urgen medidas preventivas, y ellas están en un diálogo con la psicoterapia psicoanalítica que hasta ahora no parece emerger en el común del pensamiento y acción de los católicos.

domingo, 21 de marzo de 2010

EL MISTERIO DEL AIKIDO

Morihei Ueshiba, el fundador del Aikido, pudo ver un misterio profundo, con la ayuda, seguramente, de una gracia actual de Dios. Vio el misterio del Aikido. Una relación profunda entre la paz, la firmeza, la armonía alma/cuerpo. La defensa como custodia de la vida, también la del que ataca. Movimientos que parecen teoremas, bellos y firmes, naturales y efectivos.

Después de él, muchos han tratado de ver lo que él vio. Familiares (que en Japón es muy importante), discípulos directos (también muy importante en la cultura de Japón), discípulos de discípulos, todos han tratado de ver lo que él vio, de plasmar el misterio de sus movimientos y la paz de su alma. Y está muy bien. Todos han tratado y tratan de acercarse al misterio. Pero no hay garantía de Dios sobre quién se acerca más al misterio.

Muchos, en todo el mundo, han organizado escuelas, discípulos, estilos, seminarios y aceptan ser llamados sensei, y está muy bien. Son las formas necesarias para el doyo, para el intento del aprendizaje del Aikido. ¿Pero quién es el que verdaderamente vio lo que Ueshiba vio?

Pues no lo sabemos. Sencillamente, no lo sabemos. En Aikido no hay torneos, y por ende nadie puede, gracias a Dios, demostrar nada a nadie (que sería, por otra parte, una lógica instrumental del éxito alejada de la razón dialógica del aikido). Pero puede mostrar, manifestar con humildad lo que parece ser el estilo de O´Sensei. Y otros pueden seguir ese camino, pero siempre con la conciencia de la falibilidad y el acercamiento a un ideal que permanece, creo, en el misterio.

Sorprenden, en ese sentido, las peleas entre los diversos estilos, las afirmaciones sobre quién o quiénes son los auténticos intérpretes del maestro y los debates sobre los que lo hacen mejor o peor. ¿Quién puede saberlo? Siempre las mismas peleas. El “seréis como dioses” habita en el corazón humano alejado, precisamente, de Dios. Sólo el que sabe que no es Dios se acerca a Dios.

Mientras tanto, si el Aikido va a sobrevivir a sus separaciones y peleas, lo será en tanto los aikidokas se respeten y se ayuden mutuamente en su diversa búsqueda del misterio del Aikido, dejen de murmurar del otro y no se presenten como los únicos. No sé si ello será posible, pero sólo una vuelta a las fuentes religiosas más originarias del Aikido ayudaría en ese sentido. Que no tiene que ser necesariamente sintoísta: el cristianismo, al reconocer en el otro un hermano, creado por Dios, un Dios que vino para su perdón, es la vía para que nuestra mente y nuestro cuerpo están al servicio de la vida de todos.

domingo, 14 de marzo de 2010

EL ERROR FILOSÓFICO DE SEPARAR ENTRE UN MUNDO REAL Y UN MUNDO MEDIÁTICO (la filosofía es lo invisible en las palabras visibles).

Diego es estudiante avanzado de Economía. Está por dar su última materia y recibe una invitación de unos amigos para ir jugar al fútbol. Le dice por teléfono a uno de ellos “decile a Juan que no, el miércoles rindo la última”. Juan es el organizador del partido. Alberto (el que habló por teléfono con Diego) le dice a Juan: “che, Diego no puede, rinde la última el miércoles, está como loco”. Juan responde “bueno”.
Pero todo podría haber sido diferente. Diego podría haber dicho a Alberto: “decile a Juan que no me moleste, por favor, a ver si se aviva de que no tengo tiempo”. Alberto le dice a Juan: “che Diego está insoportable y nos mandó a la miércoles”. Juan responde: “qué imbécil…”.

Dos situaciones diferentes. Dos significaciones diferentes. Dos juegos de lenguaje diferentes. Dos interpretaciones diferentes.

Y la cuestión no es que Diego emita un mensaje y Juan lo reciba. Alberto recibe el mensaje de Diego y se lo transmite a Juan. Alberto no es un cero a la izquierda. Es parte del proceso. Gadamer lo llama “eslabón participativo de sentido”. Alberto, el comunicador entre Diego y Juan, no es un mero transmisor. Es parte de la realidad, realidad social, inter-subjetiva, de la cual son co-creadores y participantes Diego, Alberto y Juan, más todo el mundo cultural que habitan.

El ejemplo, que es un resumen de semiótica, de filosofía del lenguaje, de hermenéutica, de Husserl, Schutz, Gadamer y Wittgenstein, muestra que no hay un mundo mediático y un mundo real. El mundo real humano ES mediático; los medios forman parte de la realidad social que habitamos. No siempre hubo medios masivos de comunicación social, pero siempre hubo comunicación social, comunicación de lo socialmente relevante.

Esto no es una crítica a la posición política de la Sra. Presidente. Es una crítica a su desconocimiento de filosofía de la comunicación y de todos esos autores. Tiene obligación institucional de saberlo, porque su ignorancia agrava la situación política: creer que los medios son meros informadores entre la realidad por un lado y la población por el otro implica que entonces los gobiernos pueden criticarlos por “no ser objetivos”, y la oposición y los medios caen en el mismo error cuando contestan que sí, que son objetivos. Si por objetividad se entiende honestidad, ok, pero si por objetividad se entiende NO ser parte del proceso social y su sentido, imposible. Pero ello no es una mala noticia: todos debemos saber y asumir que somos parte del proceso social con cada una de nuestras palabras elegidas, dichas y calladas.

En todo caso, la Sra Presidente tiene todo el derecho a estar en desacuerdo con la interpretación y-o la ética de un determinado medio de comunicación, de igual modo que yo, ciudadano, puedo estarlo. Sin embargo, el rol institucional de un presidente debe ser más cuidadoso. Claro que puede estar en desacuerdo con un medio o con la corte, pero cómo lo diga forma parte de la realidad social. Su rol de presidente debe implicar que su juego de lenguaje no implique un intento de minimizar el papel de la libertad de prensa y de la independencia de los poderes. Igual crítica merece Obama en estos momentos.

Pero, en fin, no creo que de la conciencia hermenéutica emane la libertad. Emana de una actitud interior que es inútil pedirla, humanamente, al matrimonio Kirchner, que no es fruto de un repollo sino de la realidad social que llamamos Argentina.

miércoles, 10 de marzo de 2010

EL INFALIBLE INCONSCIENTE DE CRISTINA KIRCHNER

¡Si ¡!!!!! Lo volvió a hacer. Donde pone el ojo, pone su inconsciente.

Y el inconsciente se ve, precisamente en lo que alguien NO quiere decir.

Ahora, la mesura le parece una censura. ¡Por supuesto! Por eso su inconsciente es infalible. Porque para el autoritario, para el que no ve límites a su poder, la mesura es censura. Elemental. De manual. Pedirle mesura a un autoritario es censurarlo. ¡Es verdad! Justamente, pedirle que no agreda, que no sea paranoico, que no insulte, que no tenga ironías crueles, todo ello es censurar su conducta, y bien. Pero claro, ella piensa que pedir límites al poder es ser autoritario. Ve el mundo al revés, eso es la ideología.

¡Qué problema, esto de la división de poderes!!! ¡Qué problema, este remanente irritable e inadvertido del liberalismo clásico!!!!

Pedirle límites. En fin: ¡qué desmesura!!!!

domingo, 7 de marzo de 2010

NADIE puede violar los derechos individuales

Me llegó mucho la pregunta de MS sobre si, al condenar a Castro, hemos condenado también a las violaciones “de derecha” de los derechos humanos más elementales. Me resulta importante el desafío y cabe reconocer que habitualmente nos manejamos con un doble standart de un lado y del otro. De mi lado, hasta ahora, esto es lo que he escrito al respecto. Que Dios juzge si fue suficiente.
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“…Una coalición civil-militar toma el poder en el 76. Excepto su anticomunismo, no tienen idea de nada. No planifican una salida democrática. Reprimen bestialmente, sin ningún límite, a la guerrilla, y la exterminan de igual modo que a principios de siglo se hizo con el indígena”.

En “Pasó lo que tenía que pasar” (2002).
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“…Los explotadores, según ellos, civiles y militares, comunes y corrientes, según mi pobre lógica no proletaria, reaccionaron y se vengaron de la peor manera posible. Los persiguieron como ratas y a las que lograban encontrar vivas, les hacían sentir que hubiera sido preferible no haber nacido”.

En “Perdonar o morir”, 2008.

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Y finalmente, el 21 de Marzo de 2006: (Obsérvense las consecuencias para la situación argentina en 1976).



Una crítica liberal clásica a Bush
y a la ''real politik'' de los conservadores

Por Gabriel J. Zanotti

Hay varios modos de ser "anti-Bush" en estos momentos. El primero es ser sencillamente autoritario, antiliberal, anti-libre mercado, creer que Estados Unidos y su capitalismo es el culpable de la pobreza de todo el resto del mundo y sostener que Bush y su administración son el culmen de todo ello. Ese es el modo más habitual, que abarca un amplio margen de posibilidades: desde el argentino pro-Kirchner, que ve encarnado en su presidente a su odio ancestral por los Estados Unidos, y goza al ver personalizados sus slogans de siempre (los yanquis, los imperialistas, etc.); pasando por elaboraciones intelectuales más elaboradas, como una teoría de la dependencia que se detiene al decir un tímido "no" a la violencia (caso clásico: la versión aggiornada de la teología marxista de la liberación) hasta llegar a los Chavez, los Castro y Bin Laden y sus émulos, aunque cabe reconocer que este último merece un estudio aparte.

El segundo modo, muy desconocido en Argentina y en casi todo el mundo, es el libertarianismo de los Estados Unidos. No es el momento de describir los sutiles grados y modalidades de este grupo, pero digamos que, totalmente partidarios de las libertades individuales y del libre mercado, ven en el progresivo fortalecimiento del gobierno central de Washington una traición al espíritu fundador de los Estados Unidos, o una corroboración de la predicción de que todo gobierno central -aunque "limitado"- tiende al totalitarismo. Siempre han sido coherentemente abstencionistas -niegan la legitimidad de todo tipo de política exterior de los Estados Unidos- y ven a Bush y su administración como el culmen -también- de todo lo que detestan. Evidentemente este grupo es más ininteligible para el primero que al revés.

Pero, por otro lado, hay unas formas de adhesión a los Estados Unidos que no pasan por ser parte del staff de su administración. Son personas formadas en cierto liberalismo clásico que han adherido habitualmente a las políticas del partido conservador norteamericano. Habitualmente partidarios de una economía abierta, aunque sin muchas sutilezas, adhieren a los tratados de libre comercio con los Estados Unidos, sin mayor precisión sobre si es una política de corto o de largo plazo. Y adhieren en general a la política exterior de Bush en Medio Oriente, e incluso a sus políticas internas sobre seguridad.

En conversaciones con miembros de este último grupo, uno queda habitualmente como "medio tonto". Por "uno" hago alusión a alguien como el que escribe, que tiene una tendencia, un parecido, con los libertarios norteamericanos -con mis diferencias, a veces muy marcadas- a lo cual se agrega la desgracia de ser "filósofo", peculiar circunstancia vital que generalmente es recibida con muestras exteriores de respeto pero con un velado ocultamiento de cierto desdén: filósofo, claro, esto es, no servir para nada. Y dejemos de lado, por supuesto, los elogios que un Pieper, de un Sciacca, un Heidegger, los místicos católicos y hasta el budismo zen han hecho del "no servir para nada".

Mis interlocutores "Pro-Bush" me dicen habitualmente que estamos en guerra -claro, es que no me di cuenta- y que hay ciertas cosas que hay que "ceder" momentáneamente. Que sí, que están de acuerdo con las libertades individuales, claro; pero que las circunstancias extremas implican un límite, en aras de la seguridad. (Notemos el parecido con las objeciones del tipo: "mercado sí, pero…"). Y afirman los referentes de este grupo, que por supuesto que la Constitución norteamericana originaria es muy buena, pero que ellos -sus redactores- no se enfrentaron con Bin Laden. Entonces, si la privacidad de conversaciones y correspondencia se pierde, si la libertad de expresión es "vigilada", si hay que construir un muro enorme en la frontera con México -el muro de Berlìn era otra cosa, desde luego- o si hay alguna que otra "torturita" en Guantánamo, bueno, son los precios que hay que pagar precisamente por la "sociedad libre". Y viene a renglón seguido la típica pregunta: ¿Hay alguna otra forma de defenderte del terrorismo?

Si doy una respuesta "deontologista", esto es: "no, pero hay cosas que no se deben hacer", la posición de mi interlocutor, que es consecuencialista, se refuerza. Y si llego a citar a Kant, peor. Soy el filósofo inútil, el que habla desde la "moral de la convicción", el que puede darse el lujo de exponer estas cosas desde un pizarrón porque no tiene que tomar las decisiones difíciles, esto es, la "moral de la responsabilidad". Y me responderán: "Ok, Gabriel, muy lindos tus cursos de Mises y Hayek, vos seguí en eso y dejamos a nosotros -por suerte- el gobierno del mundo".
Como además he sido formado en Popper, no descarto que mi interlocutor pueda tener razón. ¿Quién tenía razón, en última instancia?: ¿Locke o Hobbes? Una sociedad pacífica puede darse el "lujo" de ser "lockeana", gozar de las libertades, comerciar libremente y delegar en un gobierno limitado el derecho a la defensa. Pero, en última instancia, ¿es el ser humano pacífico? Preguntar esto, en la circunstancia mundial del 2006, lleva a cierta respuesta, con cierto grado de obviedad. Entonces la razón la tiene Hobbes: deleguemos el poder absoluto en alguien que "nos proteja absolutamente". Tal vez la cuestión política, esa "real politik" de la que mucho se habla, consiste en diversos tipos de Hobbes. Corea del Norte, no; Bush, sí. Claro que ambos tienen poder absoluto, pero la cuestión es para qué se lo utiliza. Pero, si es así, entonces el liberalismo clásico fue una ilusión: un lujo para tiempos de paz, tiempos de paz que son la excepción y no la norma. La cuestión es el poder, un poder, en todo caso, bien usado: si soy norteamericano, "ciudadano respetable"; si pago mis impuestos, si mi padre fue un héroe de la segunda guerra, entonces estaré protegido por el poder, y bien protegido; si soy árabe, inmigrante e islámico, soy un sospechoso permanente, vigilado por el poder, y bien vigilado; y está bien que así sea. Y quién es protegido, y quién es vigilado, lo decide el poder, no la ley. No el Estado de Derecho (declamación de los filósofos), y está bien que así sea. Y si es así, si el mundo "es" así y punto, entonces digámoslo. El liberalismo clásico no fue más que un sueño. Ya está, ya pasó. El mundo real es la política real, es quién tiene el poder y para qué lo utiliza. Dejemos de hablar de liberalismo: o somos Castro, Chávez, Irán, Corea del Norte, Hammas, etc.; o somos conservadores que nos defendemos de todos ellos, con todo el poder. Y punto. El Imperio Romano contra los bárbaros. Listo; no sigamos escribiendo bellas páginas, y coloquemos a Locke, Montesquieu, Tocqueville y Jefferson en la sección de literatura, junto a Shakespeare. Todos ellos escribieron sueños para un mundo imaginario. Y seamos francos y digámoslo.

Pero esta última opción es difícil. Esta sinceridad a veces tampoco es útil al imperio. Porque es una opción, fue una opción, estar de acuerdo, en el fondo, muy de acuerdo con Bush, pero dejar que el "trabajo sucio" lo haga él, y aparecer ante la opinión pública como otra cosa. ¿Tal vez, la posición de algunos gobiernos europeos durante la guerra de Irak?

Salvando las distancias, las discusiones durante 1977 y 1978 en Argentina eran análogas. Dije análogas, no iguales. Pero la parte igual de la analogía es que algunos abiertamente, otros calladamente -estos últimos creo que eran un poco más- sabían que la Junta Militar no era Madison, Adams y Jay, aunque tuvieran en su casa la última edición de "El Federalista". Pero en el fondo apoyaban. "Apoyaban" quiere decir: había que aniquilar al enemigo, como fuere, y en el "como fuere" habían cruzado un límite mental y moral después del cual es muy difícil volver.
Pero hablando de volver, ¿cómo volvemos de este planteo? Hemos dado, casi, la razón a nuestro adversario.

Comencemos diciendo que los liberales clásicos no ignoramos lo que es el poder. "¿Por qué estamos aquí, Maximus?, le pregunta Marco Aurelio a su egregio general en la película Gladiador. Y Maximus contesta, sin la más mínima duda y poniéndose la mano en el pecho: "…Por la gloria de Roma mi señor". Eso es el poder. Si a la gloria de Roma se le ocurre proteger a tus hijos, OK; si se le ocurre matarlos, OK también. Eso es el poder. Y por eso, varios, muchos siglos después, surgió una novedad: limitemos el poder. La gloria de Roma podrá ser muy bonita, pero la persona y sus derechos están antes. Eso es el liberalismo clásico.
Frente al liberalismo clásico, la "política real" no es más que sentido común estilizado, lo cual está, por supuesto, muy bien. Bin Laden nos declara la guerra: ¿con quién vamos a hacer una alianza?: ¿Con Bush o con Corea del Norte? Con Bush, claro. ¿Tanto lío para eso? ¡Hasta los tontos lo entendemos!

Pero lo "real" no se agota allí. En los fenómenos sociales, lo "real" son las decisiones que tomemos, movidos por las ideas que tengamos. Y una de las diferencias entre un líder carismático y un estadista es que el primero sabe leer y utilizar para su poder las creencias culturales de sus futuros gobernados, y, al hacerlo, refuerza esas mismas creencias, en un círculo vicioso cultural perfecto (Hitler, con el resentimiento nacionalista de gran parte de los alemanes después de la primera guerra; Kirchner, con los slogans nacionalistas y estatistas peronistas, perfectamente arraigados en el horizonte cultural del argentino promedio; y los ejemplos podrían seguir). Un estadista, en cambio, puede cambiar la corriente, no seguirla. Su aparición, desde un punto de vista humano, es aleatoria, pero de su aparición o no depende muchas veces el curso de la historia.

Bush siguió a gran parte de la opinión pública norteamericana. Subido sobre los escombros de las ruinas de las torres, ante los bomberos que gritaban que no podían escucharlo, dijo: "yo puedo escucharlos", e hizo prácticamente su primera declaración de guerra. Desde el punto de vista de la comunicación política, un verdadero éxito, que asombró a muchos de sus críticos.

Pero él, y todos los que le apoyaron, cometieron un error, un error de política "real". Compararon al 11 de Septiembre con Pearl Harbor. Puedo equivocarme, pero no es así. Los Estados Unidos ya estaban en guerra. No era necesario enervar los ánimos de los que clamaban venganza, sino de calmar los ánimos, replantearse los objetivos de la política exterior, y reforzar una seguridad interna que había fallado. Para eso hacía falta también un muy buen manejo de la comunicación pública, pero con otro contenido, que tuviera ideas, no sólo creencias; que pudiera re-direccionar a la opinión pública. Pero no fue así.

Hubo un segundo error, también "real". El 11 de septiembre de 2001 conmovió las fibras internas de un país que durante 200 años había sido "impenetrable" bélicamente. Eso quiebra el pensamiento de cualquiera. El poder absoluto de Washington se hizo visible y la Patriot Act puso al estado de derecho norteamericano en una contradicción en términos. Visibles también. Otra vez, el miedo, el casi terror por un nuevo ataque, hace perder el juicio. Reforzar la seguridad interna, ¿quién lo duda? Pero, ¿quiere la administración Bush que Estados Unidos sea totalmente seguro? Pues tiene una fórmula: conviértanlo en la Unión Soviética. Y punto terminado. Como victoria a lo Pirro, sería histórica. ¿No estará Bin Laden muriéndose de la risa frente a una victoria de su parte que va más allá de que lo atrapen o no? ¡Ah! ¿Ahora somos los tontos los que tenemos que recordar que esta no es una guerra como cualquiera?

El Estado de Derecho clásico tampoco era tan indefenso. Estaba el estado de sitio, con cláusulas constitucionales muy concretas para evitar los abusos. Que los argentinos nunca lo hayamos aprendido, con nuestra tradición autoritaria, es comprensible. Pero que lo olviden quienes proclaman y declaman el liberalismo clásico, reduciéndolo a bonitas palabras para discursos ocasionales, es menos comprensible. Bueno, comprensible es todo. Quise decir: más grave.

Los libertarios son a veces muy absolutistas cuando entran en el camino de estas reflexiones. No era tan sencilla la opción de decir "no" a entrar en la Segunda Guerra Mundial, ni tan sencillo dejar a los israelíes solos una vez terminada esa contienda. Y que después de allí todo haya entrado en un des-orden espontáneo (con el perdón de Hayek), de "unintended consecuences", es comprensible también. Pero la pregunta de un estadista es: ¿hasta cuándo? ¿No hay modo de revertir la tendencia? La lógica del intervencionismo exterior como único modo de autodefensa lleva a la guerra total. Bush y sus asesores han entrado en una escalada discursiva de la cual es muy difícil salir después. Su último discurso ante la Nación es una pieza maestra de coherencia al respecto. Lo más interesante, para una sociología del poder, fue su puesta en escena, y sus protagonistas, que de ningún modo eran sólo Bush y su equipo. La conmovedora carta del soldado muerto en Irak, sus padres presentes, el aplauso cerrado de varios minutos, y todo ello ante el mundo entero, instantáneamente. Marco Aurelio se hubiera muerto de envidia. ¿Se detendrá entonces Bush? No. ¿Se detendrán los otros? ¿Se detendrá Irán? No. ¿Y entonces? ¿No era esta la pregunta (¿y entonces?), que hacía Kennedy durante la crisis de los misiles, ante los generales que le exigían el inmediato bombardeo de Cuba?

Por último, me adelanto a la recriminación obvia de mis interlocutores conservadores: ¡dígale todo eso a los demás! Pues a parte de recordarles mis casi treinta años de servicio en la materia, obvio que sí. La defensa de una sociedad libre no es unilateral, es para todos. Simplemente, es muy diferente pedir a una cultura que sea lo que nunca fue, que recordar a una cultura lo que fue. No se qué es más realista, pero lo último revela un obvio grado de adhesión cultural.
Aquí me detengo. No tengo la habilidad de los que escriben discursos presidenciales. Sólo soy un pobre filósofo, cumpliendo mi inútil papel: recordar quiénes somos, antes de decidir qué hacer. Sólo Dios sabe el curso de la historia. Hay civilizaciones que se han pedido para siempre. Algunas, porque fueron injustamente aniquiladas; otras, habrá sido por las cosechas, la enfermedad o un meteorito. Pero están aquellas que se eliminan a sí mismas. No por muerte física, sino por pérdida de identidad. Como en Star Trek, donde las civilizaciones son asimiladas por los Borg. ¿Lograrà el miedo, el poderoso y temible miedo, que Occidente sea asimilado por modos de vivir totalitarios?

No lo sabemos, pero es preferible morir como liberal que vivir como totalitario.