domingo, 13 de marzo de 2016

DE LA CABAÑA DEL TÍO TOM A LA ESCUELA

El caso de la madre neuquina que se negó a escolarizar a su hijo ha vuelto a despertar un viejo debate que, sin embargo, a muchos argentinos les parece una novedad.

El asunto tiene muchas implicaciones: desde el derecho a la libertad de enseñanza hasta temas de legislación escolar, todo se ha mezclado y tal vez sea un error querer abarcar todos los temas al mismo tiempo.

Hay uno, quizás, con el cual podríamos comenzar. Las críticas a la escuela no son  nuevas. Más allá de las críticas de izquierda, muy comunes a partir de los 60, que la colocan como una extensión de la opresión del capitalismo, hubo desde los 30 y 40 (e incluso antes, como en el caso de J. Dewey) críticas clásicas al sistema escolar positivista del s. XIX, creando un movimiento llamado “escuela nueva” que conformó, como mi padre lo llamó, el segundo período de política educativa.

El asunto es, por ende, de larga data.

Pero, por varias razones, las propuestas de reforma no terminan de prosperar. En gran parte por el estatismo, que inmoviliza al sistema, en gran parte por los sindicatos docentes, que no quieren evidenciar su falta de preparación para lo nuevo, y en gran parte porque “la escuela”, así como se la pensó en el s. XIX, ha pasado a ser como una creencia cultural arraigada, una especie de ícono intocable, más o menos como los símbolos nacionales o el día de la madre.

Cuesta tomar conciencia, por ende, del daño severo y grave que la escolarización produce a casi todos. En estos días de comienzos de clases he mirado con asombro las fotos que los padres suben del primer día de clase de sus hijos, ignorando terriblemente el cadalso al que los llevan. Aunque sea agotador, parece que hay que seguir explicando el daño, casi irreparable, que al ser humano producen los sistemas memorísticos y repetitivos, la eliminación de la creatividad, la penalización del error, la evaluación como castigo, la falsedad intrínseca del sistema de notas, etc. El resultado es, precisamente, un ser acostumbrado a repetir, imposibilitado de crear, de verdaderamente entender y aprender: un ser humano que ha sido moldeado conforme a una igualdad adaptativa a un sistema de vida que luego nada tiene que ver con el sentido último de su existencia. Los inadaptados, o sea los que se resisten –habitualmente niños con trastornos leves de atención, genios que aprenden por su cuenta, artistas creadores, etc.- son severamente penados y hasta son medicados para que “se adapten”, y lamentablemente la mayoría lo hace. Los que tienen buenos recuerdos de la escuela es porque memorizan bien, o porque aprenden por su cuenta lo que se les pide, pero no todos tienen tanta suerte.

NO se termina de tomar conciencia de que es verdaderamente un campo de concentración, un moderno sistema de esclavitud. Se ha tomado conciencia del drama de la mujer golpeada, del daño ambiental, de muchas cosas, pero este drama sigue sumergido en medio de símbolos que ocultan su crueldad: el izar la banderita, el día de la maestra, el boletín con 10, el día del compañero, etc.  Hasta cuesta decirlo: si los padres tomaran conciencia de lo que realmente sucede, se horrorizarían a tal punto que no sabrían qué hacer, teniendo en cuenta que descubrirían además que no tienen salida, como la heroica madre neuquina, denostada y ridiculizada, y apresada si es necesario, por un soviet cultural cruel y coherente. La escuela es un campo de adiestramiento, un sistema de adaptación a lo igual mediante premios y castigos, una anulación de la esencia individual, una destrucción de la creatividad, de la comprensión y de todo aprendizaje, una fuente de corrupción, una moderna cabaña del Tío Tom disfrazada de ternura, una generalización perfecta del engaño tal vez misericordioso del padre del niño de la película “La vida es bella”, cuando le esconde a su hijo el drama del nazismo.

Parece que es todo inútil y hasta me pregunto, como Morpheus, si no es peor despertar a las personas de la Matrix cuando están tan sumergidas en ella, como los terapeutas que no pueden sacar de golpe de su delirio a un paciente, porque el delirio es paradójicamente estructurante. Pero también estaban sumergidos en su delirio los espartanos que tiraban al abismo a sus infantes "que no eran aptos". Alguna vez habrá que terminar con ello.


Bibliografía recomendada: Landolfi, Hugo: Educación para la fragilidad, Dunken, Buenos Aires, 2015.


Filmografía: Accepted, 2006.




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