domingo, 29 de mayo de 2011

¿POR QUÉ LAS CÁRCELES?

Publicar esta entrada, hoy, en Argentina, es ponerse a tiro de todo tipo de malentendidos. Me preocupa el tema de la seguridad, creo que es uno de los problemas más graves no sólo de nuestro país sino de muchas latitudes. Sin embargo ello no me impide tomar distancia crítica de una supuesta solución que sólo empeora las cosas.

Como muchos saben yo creo en el Evangelio. Verdaderamente creo que sólo Dios es juez de los corazones y que corresponde sólo a él juzgar. Todo el sistema penal humano me genera una gran sensación, no de inseguridad, sino de escepticismo, sobre todo cuando un tribunal humano decide si alguien es culpable o inocente.

Sin embargo, siempre le encontré una obvia justificación: la disuasión del delito. De algún modo, en este mundo, cuando alguien, y nunca sabemos bien por qué, no ha logrado adaptarse al “malestar de la cultura” (Freud), es necesario algún tipo de incentivo a NO cometer el delito. Y ha surgido entonces, evolutivamente, la pérdida de la libertad y las cárceles.

Claro que estamos mejor que antes. El derecho penal liberal, el debido proceso, es uno de los grandes logros de la civilización occidental: forma parte del denostado liberalismo sin el cual estaríamos aún en las barbaridades del Antiguo Régimen.

Pero las cárceles lejos están de ser un aporte civilizado. Si, sé que hay varias acciones heroicas y encomiables de re-educación y trabajo dentro de las cárceles, o de mejoras de las condiciones internas de vida, pero, igual que el sistema educativo formal (¿otra cárcel obligatoria?) hay algo intrínseco que no funciona. Y no faltan las voces vengativas que lo que piden es precisamente el sufrimiento del convicto.
La naturaleza humana, huelga decirlo, es muy compleja. La transformación moral de una persona no depende del castigo impuesto, sino de la incorporación intelectual y volitiva de los valores. Nada sencillo, precisamente. Huelga decirlo también. Frente a ello, nada ayudará el encierro entre rejas, por más diferencias de grado que queramos poner. Para colmo, la mayor parte de las veces, dada la naturaleza humana, la crueldad y la corrupción más terribles reinan entre reos y carceleros, convirtiendo a las cárceles en un infierno en vida y en una “escuela” de mayor degradación y consiguiente delito potencial. Son espantosas retroalimentaciones de lo peor de lo humano, para todos los que están involucrados en ello. Y agreguemos a ello los obvios errores del sistema penal, donde muchas veces son condenados inocentes, o los jueces establecen la “prisión preventiva” de personas muchas veces inocentes, o culpables, no importa, el asunto es que sin condena firme las personas igual son encarceladas por el sistema. Agreguemos –la lista de dramas sería larga- que muchas veces los “delitos” en cuestión son sumamente cuestionables desde un punto de vista del respeto a la libertad personal. Desde prostitutas hasta quienes consumen drogas, cosas que no deberían ser delitos civiles en absoluto (para algo está el art. 19 de la Constitución Argentina) son tirados a las cárceles, como deshechos humanos, personas que en todo caso deben ser juzgadas por la misericordia divina pero que en nada han molestado al resto de la sociedad. Y no olvidemos la pobreza como fuente del delito, no necesaria, claro, pero plausible. Niños abandonados por sus padres que a su vez están mendigando por las calles, imposibilitados de incorporar psicológicamente normas, por carecer de figura paterna, que se transforman luego en casi psicópatas, son también tirados como basura a una cárcel inhumana, cuando todos nosotros podríamos haber terminado de igual modo en iguales condiciones.

Frente a semejante espanto, frente a esos basurales hechos de rejas y de muros, indignos de seres humanos, olvidados para siempre excepto a veces por sus familiares más íntimos, damos vuelta la mirada, no nos importa en absoluto o, para colmo, gozamos con ese sufrimiento, que no sólo no conduce a nada sino al contrario, es una retroalimentación del delito y el reforzamiento de lo más terrible de lo humano. No se nos ocurren soluciones porque ni siquiera las pensamos. Pero no, no puede ser. Pensemos, pensemos movidos por la misericordia y la convicción intelectual de que puede haber otros incentivos más inteligentes para no cometer delitos. En primer lugar hemos olvidado que el derecho a la autodefensa no puede ser monopolizado por el gobierno, y que por ende toda persona tiene el derecho natural a auto-defenderse como le parezca. Ya sabemos que los delincuentes no tienen ningún inconveniente en violar las absurdas leyes que “prohíben” la portación de armas. Y lo dice alguien que sólo portó un arma cuando tenía 18 años, en el servicio militar coactivo, con un casco que parecía una cacerola en mi flaco rostro con anteojos y un fusil más pesado que mi propio cuerpo que me convertía en el más peligroso de los peligros.

Pregunto: ¿no hay otros incentivos a no cometer delitos? ¿Por qué tiene que ser sólo un sistema carcelario que, como vimos, no sirve sino para retroalimentar el problema?

Me van a decir: ¿y qué hacer con los asesinos seriales, los violadores seriales, y mafiosos peligrosos que al parecer seguirán cometiendo sus crímenes? ¿Cómo detenerlos?

No sé, pero, ¿se los detiene en las cárceles?
¿Pena de muerte entonces?
Tampoco.
¿Qué propongo entonces?
No sé, excepto TOMAR CONCIENCIA DEL PROBLEMA.
Me van a decir: Gabriel, hoy estás delirando. En estos temas, estás diciendo estupideces. (¿Hoy? ¿Sólo en estos temas? :-)) Volvé a tu Mises y a tu Hayek, a tus clases y a tu Woody Allen. Ok, puede ser. Pero les voy a decir una cosa: en el conocimiento humano, muchas veces estamos delante de una pared, que nos impide el progreso, y ni siquiera nos damos cuenta de la pared. Si nos diéramos cuenta, al menos pensaríamos cómo derribarla o saltarla. Pero no, seguimos caminando como si fuéramos hacia adelante y no nos damos cuenta de que estamos detenidos en el mismo lugar.
Ok, no tengo una solución. No sé cómo saltar esta pared. Pero sé que es una pared. Sé que es un problema. Espero que encontremos una solución.

domingo, 22 de mayo de 2011

MENOS RUIDO Y MÁS ESTUDIO

Los “jóvenes indignados”, ¿han estudiado a Hayek y a Buchanan y a sus respectivas propuestas de reforma sobre el sistema político y económico actual?
Si lo hicieran, hay mucho, además, para pensar: cómo integrarlas al sistema político, cómo implementarlas, etc.
Es fácil gritar y gritar. Pero es otra forma de la existencia inauténtica. Hemos perdido el hábito de la búsqueda de la verdad, del pensamiento profundo, como única vía de transformación de la realidad.

domingo, 15 de mayo de 2011

PARADIGMA Y CREATIVIDAD

Últimamente he visto que el tema de la creatividad intelectual se está debatiendo mucho. O, por lo menos, esa es la impresión que me dio viendo este video que ha circulado mucho: http://www.youtube.com/watch?v=17Ye368aQVk Por supuesto, estoy de acuerdo con casi todo lo que dice y con cómo lo dice. Pero el asunto es: vemos el video, nos reímos un poco, decimos que sí, que ok, ¿y después qué?

Yo he luchado toda la vida por fomentar la creatividad en mis alumnos. Pero me he enfrentado con la perplejidad de ellos mismos, de autoridades, especialmente, y remotamente de algunos padres. Porque el sistema escolar formal, desde la primaria hasta casi incluso el doctorado, parece estar diseñado especialmente para penar la creatividad intelectual. Se premia la repetición del paradigma.

Pero, ¿qué salida hay? ¿Vamos a hacer un sistema donde cada uno “cree” su propia lecto/escritura, su matemática, su física, su teología, su lógica?

En cierta medida, si uno está muy influenciado por autores como Popper o Feyerabend, uno se inclina por propuestas educativas innovadoras, que traten de incentivar el diálogo, la crítica, el debate, la creación de hipótesis. Pero todo lo que se haga al respecto parece siempre como “alrededor” del sistema formal, que parece intocable. Esto es, allí donde se tiene que “fijar” el paradigma, con todos sus espantosos hábitos: el profesor en posición dictatorial, el conocimiento como repetir pasivamente lo “recibido”, el premio a esto último con el 10, el castigo de nuevas ideas, preguntas, todo aquello que se “salga del paradigma”. Se pena la copia pero en realidad lo que el alumno aprende es a copiar el paradigma y repetirlo. Eso sí, de memoria, “sin copiar” del papel. Pero, oh sorpresa, la memoria no incluye el aprendizaje (sí al revés) y finalmente ese pobre niño llega a adulto, tiene que hacer una tesis de doctorado, se le “ordena” que sea creativo y, claro, eso no se “copia”……

De vuelta: ¿qué hacer?

Lo primero, que creo que no se dice demasiado, es comprender, junto con T. Kuhn, la función de los paradigmas. Una de ellas es esa “tensión esencial” que hay en todo filósofo y científico. Corremos el peligro de “aferrarnos al paradigma”, pero el paradigma es precisamente lo que permite compararlo con otro y, en ese caso, optar por otro. El paradigma nos permite, paradójicamente, la creación, nunca en el ser humano es creación desde cero, sino desde el paradigma anterior. Sí, es muy difícil, son muy pocos los que lo hacen, pero si no, te quedas en Leonardo y no en Copérnico. Copérnico era un humilde y tímido Ptolemaico al cual “se le ocurrió” cambiar una cosita de lugar y…. Produjo una de las revoluciones científicas más clásicas de la historia de la ciencia. Leonardo fue un genio absoluto, más que Copérnico, pero no manejaba el paradigma de la época, o al menos no mostró manejarlo, y todo lo que inventó se lo llevó a la tumba. Y no me refiero a los artefactos. Aún no sabemos cómo hacía para calcular la trayectoria de las balas militares que le hacía a los Medici.

Lo que quiero decir es: los paradigmas cumplen un rol necesario. Son “aquello desde dónde” la creatividad es posible. Son condición necesaria, pero no suficiente. Y esa es la clave: el drama de los sistemas educativos formales es que han endiosado a los paradigmas y han olvidado las condiciones adicionales, que el paradigma no da, para que el conocimiento sea conocimiento y además en progreso. La revolución educativa sería un proceso donde el paradigma sea aprendido, sí, pero precisamente porque puede ser libremente pensado y criticado, ¿Es posible? No sólo posible, es condición necesaria del aprendizaje. Pero no es fácil. Hay que formar a profesores en la historicidad de los autores que manejan, en el arte del diálogo, en la disposición a la escucha, y sistemas que incentiven la mutua crítica, donde cambie radicalmente el sistema de evaluación. ¿Es todo ello posible? Sí, pero no en el sistema educativo formal actual, y en todo caso lo único que salva la situación son sanas y santas trampitas al sistema. Pero la verdadera educación está hoy en la re-sistencia. Hoy la educación, el real conocimiento, la formación profunda en valores y en creatividad, y en el manejo concomitante del paradigma, pasa por secretas catacumbas. Mientras tanto seguimos habitando un castillo de ruinas invisibles, la vida se nos pasa y los futuros Newtons y Descartes mueren a los 3 años para convertirse en habitantes de la Matrix.

sábado, 14 de mayo de 2011

HOMENAJE A JUAN ROBERTO BRENES A DOS AÑOS DE SU MUERTE

(Reiteramos lo escrito hace dos años)

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El Jueves 14 de este mes, en un trágico accidente, murió Juan Roberto Brenes, junto con Claudia de Araneda, Rafael Araneda y Helmut Wintzer. Sin olvidar de ninguna manera a Claudia, a su esposo Rafael y a Helmut, quisiera hoy referirme a JuanRo.

Juan Roberto fue un amigo entrañable. Con él compartí inolvidables períodos académicos en la Facultad de Economía de la UFM, y él fue parte importante de quienes hicieron de esos primeros viajes allí una de mis más importantes experiencias educativas.

Hablar de su bondad es decir poco. Decir que era un caballero, un amigo fiel, una sonrisa siempre dispuesta, un entusiasmo por la vida extraordinario, es decir poco. Todo ello ha sido destacado en estos días por todos sus amigos, pero sabe a poco, no por la poca profundidad de las palabras de sus amigos, sino porque revela una vez más la finitud de las palabras, de los textos, al lado de aspectos humanos de la existencia que, como diríamos en epistemología, son relativamente inconmensurables. Sólo cabe agregar que tenía un grado especial de santidad, perceptible desde la Fe. Una Fe, por otro lado, que le había sido dada en abundancia, y articulaba el eje central de su vida, sin altisonancias.

Pero hay un aspecto que yo quisiera particularmente destacar: su visión intelectual. El vio desde un principio, en un instante, la articulación, la no contradicción, entre el liberalismo clásico, como limitación al poder, y la Doctrina Social de la Iglesia. Lo vio con una claridad que le daba al mismo tiempo el conocimiento de la relevancia del tema. Y cuando digo “lo vio”, lo digo expresamente, porque el intelecto es fundamentalmente ese “ver”, ese ver que puede ser falible, si, y por eso todos nosotros corremos los riesgos de defender “lo visto” y exponernos a la crítica.

Fue la voluntad de Dios que él no tuviera tiempo, casi, de escribirlo. Pero yo, como testigo silente de su enorme capacidad intelectual, quiero dar testimonio, en este homenaje, de la profundidad y claridad de su visión, de la que pude ser testigo en conversaciones personales, durante muchos años, en esos extrañados momentos de paz y bondad que era encontrarse con él, sencillamente, a conversar.

La muerte es uno de los temas fundamentales de la filosofía y de mi reflexión filosófica. Una muerte como límite de lo humano y como encuentro con Dios. Pero, precisamente por ello, una muerte que no anestesia su dolor, sino que tiene sentido, que es diferente. Por eso, quiero manifestar públicamente mis lágrimas, mi quedarme mudo, en el silencio de mi llanto, cuando me enteré. Con toda la esperanza, sí, de que lo veré junto a Dios, y con todo el dolor de no encontrarme nunca más con él, en mi querida Guatemala, con en JuanRo de la carne y los huesos de este mundo.

martes, 10 de mayo de 2011

PALABRAS DE MI PRIMO CARL EN LA MISA POR LA MUERTE DE VERNA PATRIZIO

Mi tía Verna, del lado norteamericano de mi familia, fue una de las mujeres más santas que he conocido. Su recuerdo quedará imborrable, para siempre, en la memoria y en el corazón de mi esposa, Marcela, mi madre, Susana, y el mío.

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Verna Patrizio (June 1917-April 28, 2011).

Eulogy May 2, 2011

My brother and I thank you all for coming.

Father Buctafurni, Pastor of Saint Donato’s Church, asked that the Eulogy be kept to 5 minutes and be about the spiritual life of a person. Little did he know that when he said keep it to the spiritual life of the person, in my mother’s case, that would take much more then five minutes.

These services are about a profession of our faith. They are about saying goodbye, and my mother believed they should be a celebration of life. The back of the mass card portrays this. The theme is for you to be happy in your memories of her.

She was born into a very religious family with strong spiritual faith. Sundays were special for us which always started with mass and grace before meals. Our catholic religion was truly a way of life and she believed in turning the other cheek. While appeasement may not have always been the right political stance, you always knew where she stood and you could admire her values. I must say there were a few incidents that I can recall when she did have thing to say to some people who really did wrong. She made sure that they remember their human and religious values..

Here faith was a foundation and even with the current issues with our Catholic faith,. When they first started, she reminded me that the values of our religion are important even if people who administered the faith made mistakes. Some may disagree, but there was no questioning her faith in god and values of our religion. She like the phrase that America has 30 thousand laws to enforce the Ten Commandments.
e
She gave her time to the church, participating support activities and school activities in my youth. She also never forgot her humble beginnings as always donated to the church and she gave to over 20 charities on a continual basis. An important activity in her life was her rosary group in which she participated weekly for 23 years.

I will conclude this Eulogy with two last items. My father went into World War II in 1943 and returned in 1946. At the time, my mother and four friends at her church organized a weekly novena group for the safety of their husbands. Over the almost three years of weekly prayer, all five of their husbands returned safely from the war. Some may say luck, but we can think otherwise.

At the end of her life, she had advanced Alzheimer’s disease and confined to a wheel chair. It was difficult t to understand god’s plan. About four months ago, one of the nurse’s, Stephanie, came to me and said. “You know your mother always has a smile and appears to kind. She makes it easier to come to work and the attendants like her. And then three weeks ago, one of the other nurse said my mother began signing. We all stopped a listed as she sound like an sweat aged angle. So even in the depts. of a disease, she was able to bring comfort and happiness to others. That is certainly a life to celebrate.

My bother thank all of you for coming and celebrating my mother’s life.

domingo, 8 de mayo de 2011

IN-SISTAMOS

En medio de Bin o Ben Laden, la beatificación de Juan Pablo II y las locuras de la política argentina, he decidido por un momento tener mi propia agenda. Al "grito" que me mandé en mi entrada anterior recibí una respuesta obvia por parte del único, de entre los miles, que se dignó a contestar: que el discurso de Benedicto XVI no es ex cátedra. A lo cual voy a contestar con algo, no gritado, que escribí hace 23 años. Espero que llegue a los católicos que gentan Fe y no política en su corazón.

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Por ultimo, nuestra reflexión final. Se habrá observado nuestra vocación por conciliar líneas del Magisterio que muchos consideran contradictorias. Pero eso no es tratar de forzar artificialmente las cosas. Al contrario, obedece a una legítima fe en el Magisterio, que solo se entiende a partir de la fe. Nosotros estamos convencidos de, que, en materia de derecho natural fundamental, no hay contradicciones en el Magisterio. Hay muchas veces una evolución en el contenido de ese derecho natural (1), pero nunca una contradicción. Si hay alguna diferencia de enfoque, ello se debe a que el tema en cuestión es opinable y contingente en relación a la fe. Pero en materias que competen específicamente al magisterio (fe y moral) no hay contradicción. No hay "Iglesia de ayer" e "Iglesia de hoy". Como dice Luigi M. Carli: "...o se confía siempre en la Iglesia, o no se confía nunca". Sí el Magisterio de fines del siglo pasado, en materia social, carece de toda validez, por estar "pasado de moda'", lo mismo se podrá decir de todo el Vaticano II en el 2088. Distinguir, en cambio, entre el mensaje moral fundamental y lo que está contingentemente unido a la circunstancia cultural del momento, nos ayudara a disipar nubarrones. También ayudará que el Magisterio se concentre en los aspec¬tos morales fundamentales y que los laicos asuman la responsabilidad de ser los portavoces de propuestas en los temas mas contingentes en relación a la Fe. Y que todos los fieles, laicos y no laicos, busquemos nuestra unidad en las cuestiones básicas de fe y moral. Y todo ello nos acostumbrará a ver con mas calma las cuestiones de este mundo, mundo muy importante, que debe vivirse dignamente, productivamente, y sin olvidar que es un caminar hacia el otro, la morada definitiva, la Casa del Padre, la contemplación amorosa de su Divina Esencia, nuestro Destino Final.

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(1)Aclaración (2011): quise decir "en la expresión del contenido del derecho natural".

domingo, 1 de mayo de 2011

BENEDICTO XVI, EL LIBERALISMO CLÁSICO Y LOS AUTODENOMINADOS NACIONALISTAS CATÓLICOS

(Les sugiero ir con el cursor hasta el final en letras mayúsculas, leerlo y volver).

En 1988 publiqué un artículo sobre la encíclica Libertas de León XIII, donde tocaba obviamente el tema del liberalismo clásico y el Catolicismo. Fue reproducido luego en www.institutoacton.com.ar, en el 2008 (http://www.institutoacton.com.ar/articulos/gzanotti/artzanotti18.doc ). En esa oportunidad hicimos esta nota introductoria: “Nota aclaratoria: publico este artículo, escrito en 1988, dada su coincidencia con los últimos comentarios del mes que estuvimos haciendo, en el Instituto Acton, acerca de las declaraciones de Benedicto XVI sobre el significado del Vaticano II. En este artículo se citaba el entonces Cardenal Ratzinger y se pedía al Magisterio una aclaración sobre estos temas, que creo es lo que se ha producido con el aludido discurso de Benedicto XVI. De igual modo se trataba de superar la dialéctica entre Iglesia pre-conciliar y post-conciliar, que fue lo pedido expresamente por Benedicto XVI en dicho discurso”. Y agregábamos: “…Lo publicamos sin ningún cambio, descontando que actualmente diríamos las mismas o análogas cosas con alguna que otra diferencia en matices”. En ese artículo de 1988 decíamos, respecto al término “liberalismo”: “…no sabemos como evolucio¬nara en el futuro este problema terminoló¬gico en el Magisterio, pero es evidente, por todo lo afirmado, que el liberalismo con¬denado por León XIII en la Libertas no hace referencia ni a la democracia constitucional ni a la defensa de los derechos humanos fundamentales frente al despotismo del Es¬tado. Sean las que fueren las veces en las que el Magisterio condene al "liberalismo" entendido como el iluminismo racionalista, esta distinción mantiene toda su validez”.

Pero luego, con Benedicto XVI, comenzaron las sorpresas, pro primera vez (reiteramos: por primera vez) desde Gregorio XVI. Vino el discurso de Benedicto XVI sobre los EEUU, donde claramente elogiaba sus instituciones políticas y se refería a la sana laicidad del estado (http://www.institutoacton.com.ar/articulos/gzanotti/artzanotti36.doc); vino luego la primera aclaración respecto del término “liberalismo”, que comentamos bajo el título “Benedicto XVI, pecador” (http://www.institutoacton.com.ar/articulos/gzanotti/artzanotti43.doc); vino luego el asombroso discurso al Parlamente Británico, que comentamos en http://www.institutoacton.com.ar/articulos/gzanotti/artzanotti77.pdf ; y donde el Papa decía cosas como “…Permítanme expresar igualmente mi estima por el Parlamento, presente en este lugar desde hace siglos y que ha tenido una profunda influencia en el desarrollo de los gobiernos democráticos entre las naciones, especialmente en la Commonwealth y en el
mundo de habla inglesa en general. Vuestra tradición jurídica —“common law”— sirve
de base a los sistemas legales de muchos lugares del mundo, y vuestra visión particular
de los respectivos derechos y deberes del Estado y de las personas, así como de la
separación de poderes, siguen inspirando a muchos en todo el mundo” (…) “…Gran Bretaña se ha configurado como una democracia pluralista que valora
enormemente la libertad de expresión, la libertad de afiliación política y el respeto por
el papel de la ley, con un profundo sentido de los derechos y deberes individuales, y de
la igualdad de todos los ciudadanos ante la ley. Si bien con otro lenguaje, la Doctrina
Social de la Iglesia tiene mucho en común con dicha perspectiva, en su preocupación
primordial por la protección de la dignidad única de toda persona humana, creada a
imagen y semejanza de Dios, y en su énfasis en los deberes de la autoridad civil para la
promoción del bien común”.

Pero finalmente, como si esto no fuera ya suficiente, vino otra aclaración directa respecto del término liberalismo, en su discurso al Presidente Italiano: http://www.vatican.va/holy_father/benedict_xvi/letters/2011/documents/hf_ben-xvi_let_20110317_150-unita_sp.html , que lo comenté en facebook de este modo:
BENEDICTO XVI Y EL LIBERALISMO CLÁSICO (espero respuesta de todos los católicos que me han ACUSADO toda la vida de "liberal").
by Gabriel Zanotti on Friday, April 29, 2011 at 4:21pm
BENEDICTO XVI Y EL LIBERALISMO CLÁSICO
(ver http://www.vatican.va/holy_father/benedict_xvi/letters/2011/documents/hf_ben-xvi_let_20110317_150-unita_sp.html)

(Ver párrafos en itálicas; las itálicas son mías).

MENSAJE DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
CON OCASIÓN DEL 150º ANIVERSARIO
DE LA UNIFICACIÓN POLÍTICA DE ITALIA

Ilustrísimo señor
Giorgio Napolitano
Presidente de la República Italiana
El 150° aniversario de la unificación política de Italia me brinda la feliz ocasión de reflexionar sobre la historia de este amado país, cuya capital es Roma, ciudad en la que la divina Providencia puso la sede del Sucesor del apóstol san Pedro. Por tanto, al formularle a usted y a toda la nación, mi más cordial felicitación, me alegra compartir con usted estas consideraciones, como signo de los profundos vínculos de amistad y colaboración que unen a Italia y a la Santa Sede.
El proceso de unificación que tuvo lugar en Italia durante el siglo XIX y que ha pasado a la historia con el nombre de Risorgimento, constituyó el desenlace natural de un desarrollo de la identidad nacional comenzado mucho tiempo antes. En efecto, la nación italiana, como comunidad de personas unidas por la lengua, la cultura y los sentimientos de una misma pertenencia, aunque en la pluralidad de comunidades políticas articuladas en la península, comienza a formarse en la Edad Media. El cristianismo contribuyó de manera fundamental a la construcción de la identidad italiana a través de la obra de la Iglesia, de sus instituciones educativas y asistenciales, fijando modelos de comportamiento, configuraciones institucionales, relaciones sociales, pero también mediante una riquísima actividad artística: la literatura, la pintura, la escultura, la arquitectura, la música. Dante, Giotto, Petrarca, Miguel Ángel, Rafael, Pierluigi de Palestrina, Caravaggio, Scarlatti, Bernini y Borromini son sólo algunos nombres de una lista de grandes artistas que, a lo largo de los siglos, han dado una aportación fundamental a la formación de la identidad italiana. También las experiencias de santidad, que han constelado la historia de Italia, han contribuido fuertemente a construir esta identidad, no sólo bajo el perfil específico de una realización peculiar del mensaje evangélico, que ha marcado en el tiempo la experiencia religiosa y la espiritualidad de los italianos (piénsese en las grandes y múltiples expresiones de la piedad popular), sino también bajo un perfil cultural e incluso político. San Francisco de Asís, por ejemplo, se distingue también por su contribución a forjar la lengua nacional; santa Catalina de Siena, a pesar de ser una sencilla mujer del pueblo, ofrece un estímulo formidable a la elaboración de un pensamiento político y jurídico italiano. La aportación de la Iglesia y de los creyentes al proceso de formación y de consolidación de la identidad nacional continúa en la edad moderna y contemporánea. Incluso cuando partes de la península fueron sometidas a la soberanía de potencias extranjeras, fue precisamente gracias a esta identidad ya clara y fuerte como, a pesar de la persistencia en el tiempo de la fragmentación geopolítica, la nación italiana pudo seguir subsistiendo y siendo consciente de sí misma. Por ello, la unidad de Italia, llevada a cabo en la segunda mitad del siglo XIX, pudo tener lugar no como una construcción política artificiosa de identidades diversas, sino como el desenlace político natural de una identidad nacional fuerte y arraigada, subsistente desde hacía tiempo. La comunidad política unitaria que nació como conclusión del ciclo del Risorgimento, tuvo, en definitiva, como nexo que mantenía unidas las diferencias locales que aún subsistían, precisamente la identidad nacional preexistente, a cuyo moldeamiento el cristianismo y la Iglesia dieron una contribución fundamental.
Por razones históricas, culturales y políticas complejas, el Risorgimento ha pasado como un movimiento contrario a la Iglesia, al catolicismo, a veces incluso contrario a la religión en general. Sin negar el papel de tradiciones de pensamiento diferentes, algunas marcadas por trazos jurisdiccionalistas o laicistas, no se puede desconocer la aportación del pensamiento —e incluso de la acción— de los católicos en la formación del Estado unitario. Desde el punto de vista del pensamiento político bastaría recordar todas las vicisitudes del neogüelfismo, que tuvo en Vincenzo Gioberti un ilustre representante; o pensar en las orientaciones católico-liberales de Cesare Balbo, Massimo d'Azeglio y Raffaele Lambruschini. Por el pensamiento filosófico, político y también jurídico resalta la gran figura de Antonio Rosmini, cuya influencia se ha mantenido en el tiempo, hasta dar forma a puntos significativos de la Constitución italiana vigente. Y por la literatura que tanto contribuyó a «hacer a los italianos», es decir, a darles su sentido de pertenencia a la nueva comunidad política que el proceso del Risorgimento estaba plasmando, cómo no recordar a Alessandro Manzoni, fiel intérprete de la fe y de la moral católica; o a Silvio Pellico, que, con su obra autobiográfica sobre las dolorosas vicisitudes de un patriota, supo testimoniar la conciliabilidad del amor a la Patria con una fe inquebrantable. Y también figuras de santos, como san Juan Bosco, impulsado por la preocupación pedagógica a componer manuales de historia patria, que modeló la pertenencia al instituto por él fundado sobre un paradigma coherente con una sana concepción liberal: «ciudadanos ante el Estado y religiosos ante la Iglesia».
La construcción político-institucional del Estado unitario implicó a diversas personalidades del mundo político, diplomático y militar, entre ellas algunos exponentes del mundo católico. Este proceso, al tener que afrontar inevitablemente el problema de la soberanía temporal de los Papas (pero también porque llevaba a extender a los territorios adquiridos poco a poco una legislación en materia eclesiástica de orientación fuertemente laicista), tuvo efectos desgarradores en la conciencia individual y colectiva de los católicos italianos, divididos entre los sentimientos opuestos de fidelidades nacientes de la ciudadanía, por un lado, y la pertenencia eclesial por otro. Pero debe reconocerse que, si bien fue el proceso de unificación político-institucional el que produjo ese conflicto entre Estado e Iglesia que ha pasado a la historia con el nombre de «Cuestión romana», suscitando en consecuencia la expectativa de una «Conciliación» formal, no se produjo ningún conflicto en el cuerpo social, marcado por una profunda amistad entre la comunidad civil y la comunidad eclesial. La identidad nacional de los italianos, tan fuertemente arraigada en las tradiciones católicas, constituyó en verdad la base más sólida de la unidad política conquistada. En definitiva, la Conciliación debía producirse entre las instituciones, no en el cuerpo social, donde la fe y la ciudadanía no estaban en conflicto. Incluso en los años del desgarramiento, los católicos trabajaron por la unidad del país. La abstención de la vida política, que siguió al «non expedit», dirigió las realidades del mundo católico hacia una gran toma de responsabilidad en lo social: la educación, la instrucción, la asistencia, la salud, la cooperación, la economía social, fueron ámbitos de compromiso que hicieron crecer una sociedad solidaria y fuertemente unida. La controversia que se entabló entre Estado e Iglesia con la proclamación de Roma como capital de Italia y con el fin del Estado Pontificio, era particularmente compleja. Se trataba sin duda de un caso totalmente italiano, en la medida en que sólo Italia tiene la singularidad de hospedar la sede del Papado. Por otra parte, la cuestión tenía también indudable relevancia internacional. Debe observarse que, terminado el poder temporal, la Santa Sede, aun reclamando la más plena libertad y la soberanía que le corresponde en su orden, rechazó siempre la posibilidad de una solución de la «Cuestión romana» a través de imposiciones desde el exterior, confiando en los sentimientos del pueblo italiano y en el sentido de responsabilidad y de justicia del Estado italiano. La firma de los Pactos lateranenses, el 11 de febrero de 1929, marcó la solución definitiva del problema. A propósito del final de los Estados pontificios, en el recuerdo del beato Papa Pío IX y de sus sucesores, retomo las palabras del cardenal Giovanni Battista Montini, en el discurso que pronunció en el Campidoglio el 10 de octubre de 1962: «El papado retomó con inusitado vigor sus funciones de maestro de vida y de testimonio del Evangelio, hasta llegar a gran altura en el gobierno espiritual de la Iglesia y en la irradiación en el mundo, más que nunca».
La aportación fundamental de los católicos italianos a la elaboración de la Constitución republicana de 1947 es bien conocida. Aunque el texto constitucional fue el fruto positivo de un encuentro y una colaboración entre distintas tradiciones de pensamiento, no cabe ninguna duda de que sólo los constituyentes católicos se presentaron en la histórica cita con un proyecto preciso sobre la ley fundamental del nuevo Estado italiano; un proyecto madurado dentro de la Acción católica, en particular de la FUCI y del movimiento Laureati, y de la Universidad católica del Sagrado Corazón, y objeto de reflexión y de elaboración en el Código de Camaldoli de 1945 y en la XIX Semana social de los católicos italianos del mismo año, dedicada al tema «Constitución y Constituyente». De ahí derivó un compromiso muy significativo de los católicos italianos en la política, en la actividad sindical, en las instituciones públicas, en las realidades económicas, en las expresiones de la sociedad civil, dando así una contribución muy relevante al crecimiento del país, demostrando absoluta fidelidad al Estado y dedicación al bien común, y situando a Italia en proyección europea. Luego, en los dolorosos y oscuros años del terrorismo, los católicos dieron su testimonio de sangre: ¿cómo no recordar, entre las diversas figuras, las del honorable Aldo Moro y del profesor Vittorio Bachelet? Por su parte, la Iglesia, gracias a la amplia libertad que le aseguró el Concordato lateranense de 1929, siguió dando, con sus propias instituciones y actividades, una contribución efectiva al bien común, interviniendo de modo especial en apoyo de las personas más marginadas y sufrientes, y sobre todo alimentando el cuerpo social con los valores morales que son esenciales para la vida de una sociedad democrática, justa y ordenada. El bien del país, entendido en su integridad, siempre se ha perseguido y expresado particularmente en momentos muy significativos, como en la «gran oración por Italia» convocada por el venerable Juan Pablo II el 10 de enero de 1994.
La conclusión del Acuerdo de revisión del Concordato lateranense, firmado el 18 de febrero de 1984, marcó el paso a una nueva fase de las relaciones entre Iglesia y Estado en Italia. Ese paso fue claramente advertido por mi predecesor, el cual, en el discurso pronunciado el 3 de junio de 1985, en el acto de intercambio de los instrumentos de ratificación del Acuerdo, observó que, como «instrumento de concordia y colaboración, el Concordato se encuadra ahora en una sociedad caracterizada por la competición libre de ideas y el engranaje pluralista de los varios sectores sociales; y puede y debe constituir un factor de promoción y de crecimiento fomentando una profunda unidad de ideales y sentimientos mediante la que todos los italianos se vean como hermanos en una misma patria» (L’Osservatore Romano, edición en lengua española, 4 de agosto de 1985, p. 14). Y añadía que en el desempeño de su diaconía en favor del hombre, «la Iglesia se propone actuar con pleno respeto de la autonomía del orden político y de la soberanía del Estado. Igualmente, está atenta a que se salvaguarde la libertad de todos, condición indispensable para la construcción de un mundo digno del hombre; sólo dentro de la libertad puede este buscar plenamente la verdad y adherirse a ella sinceramente, sacando de la misma motivo e inspiración para comprometerse solidaria y unitariamente en favor del bien común» (ib.). El Acuerdo, que ha contribuido en gran medida a delinear la sana laicidad que denota al Estado italiano y su ordenamiento jurídico, ha puesto de manifiesto los dos principios supremos que están llamados a presidir las relaciones entre Iglesia y comunidad política: el de la distinción de ámbitos y el de la colaboración. Una colaboración motivada por el hecho de que, como enseñó el concilio Vaticano II, ambas, es decir, la Iglesia y la comunidad política, «aunque por diverso título, están al servicio de la vocación personal y social de los mismos hombres» (Gaudium et spes, 76). La experiencia madurada en los años de vigencia de las nuevas disposiciones de los pactos, ha mostrado una vez más a la Iglesia y a los católicos comprometidos de diversos modos en favor de la «promoción del hombre y del bien del país» que, respetando la independencia y la soberanía recíprocas, constituye un principio inspirador y orientador del Concordato en vigor (art. 1). La Iglesia es consciente no sólo de la contribución que ofrece a la sociedad civil para el bien común, sino también de lo que recibe de la sociedad civil, como afirma el concilio Vaticano II: «Quienes promueven la comunidad humana en el orden de la familia, de la cultura, de la vida económica y social, y de la vida política tanto nacional como internacional, aportan, según el designio de Dios, también una gran ayuda a la comunidad eclesial, en la medida en que esta depende de las realidades externas» (Gaudium et spes, 44).
Al repasar el largo desarrollo de la historia, hay que reconocer que la nación italiana siempre ha sentido la carga, pero al mismo tiempo el singular privilegio que supone la situación peculiar por la que la sede del sucesor de Pedro, y por tanto el centro de la cristiandad, se encuentra en Italia, en Roma. Y la comunidad nacional ha respondido siempre a esta conciencia expresando cercanía afectiva, solidaridad, ayuda a la Sede apostólica para su libertad y para secundar la realización de las condiciones favorables al ejercicio del ministerio espiritual en el mundo por parte del Sucesor de Pedro, que es Obispo de Roma y Primado de Italia. Pasadas las turbulencias causadas por la «Cuestión romana», y habiendo llegado a la anhelada Conciliación, también el Estado italiano ha ofrecido y sigue ofreciendo una valiosa colaboración, de la que la Santa Sede goza y que conscientemente agradece.
Al presentarle, señor presidente, estas reflexiones, invoco de corazón sobre el pueblo italiano la abundancia de los dones celestiales, para que siempre lo guíe la luz de la fe, fuente de esperanza y de compromiso perseverante por la libertad, la justicia y la paz.
Vaticano, 17 de marzo de 2011

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LLAMO DE VUELTA A TODOS LOS CATÓLICOS AUTODENOMINADOS NACIONALISTAS CATÓLICOS, LLAMO A LOS CATÓLICOS QUE SIGUEN PENSANDO QUE LA DICTADURA CORPORATIVO-PROFESIONAL DE FRANCO ERA “LA DOCTRINA CATÓLICA”, QUE PIDIERON A PÍO XII LA CONDENA DE JACQUES MARITAIN, PROCLAMANDO TODO ELLO POR AÑOS Y AÑOS DESDE CÁTEDRAS DE DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA EN LA UCA, Y SE HAN PASADO LA VIDA CONDENANDO COMO HEREJES A TODO AQUEL QUE DIJERA PALABRAS MENOS AUDACES QUE LAS DE BENEDICTO XVI, A QUE SEAN COHERENTES: QUE SE HAGAN SEDEVACANTISTAS O REFLEXIONEN ALGUNA VEZ SOBRE LO QUE HACEN, DICEN Y PIENSAN.