domingo, 18 de julio de 2010

COMPRENDER AL DIFERENTE CUANDO EL OTRO ES VERDADERAMENTE DIFERENTE

Nadie me puede decir que soy un apocalíptico de las nuevas tecnologías de la comunicación. Uso facebook, blog, etc. Y lo uso para comunicarme: sugiero ideas, cursos, eventos…

Pero soy consciente de los límites de la comunicación. Si a nivel personal, donde interviene el gesto, la mirada, puede haber malentendidos, muchos más en esos ámbitos.

Entender a otro implica entender no sólo qué dice, sino por qué lo dice. Implica entender su horizonte, su paradigma, su mundo de la vida, aquello que lo lleva a decir lo que dice. Entender a otro implica entender, en ese sentido, que el otro no es absurdo. No implica coincidir con él, pero sí implica comprender que lo que dice no es un absurdo, porque surge de otro paradigma que tiene sus propios criterios de sentido, aunque no sea “mi” paradigma. Es difícil, pero en eso consiste gran parte de la comunicación y el diálogo.

He sido testigo en estos días de las peleas, las agresiones, los insultos, las crudas e hirientes ironías entre católicos y libertarios entre mis facebook-amigos. Algunos incluso han perdido su amistad, su respeto mutuo, y se han borrado los unos de los otros. Si si, qué lejos de amaos los unos a los otros. Nunca he visto tan buenos ejemplos prácticos de incomprensión mutua, de desconocimiento absoluto del paradigma ajeno, que llevaba, obviamente, a la descalificación y al insulto, porque cuando se desconoce el paradigma ajeno, el otro es, entonces, idiola, malo o ambas cosas.

El peligro de estos foros –y más aún twitter- no es solamente la pérdida de la intimidad, cosa que depende de quién y cómo los use, sino la ingenua suposición de que estoy dando a entender al otro mi posición en tan corto espacio, y viceversa, cuando aún si sobrara tiempo para las aclaraciones, los malentendidos también existirían. Tengo muchos amigos que hasta se han enojado cuando yo disparo un tema, planteo un tema, y luego remito a lecturas: como si un mensaje corto pudiera solucionar lo que siglos de pensamiento aún no pudieron, como si la velocidad de los mensajes sin contexto pudiera suplir a la meditación y pensamiento profundo. Es más ingenuo creer que ello es posible que tener un pensamiento mágico o, se podría decir, ese es el pensamiento mágico en la comunicación.

Entonces, si usamos estos medios con este pensamiento mágico, no nos estamos comunicando, sino al revés, agregando más ruido a la babel de malentendidos que ya son los medios tradicionales, movidos además por elementos de alienación y dominación al otro. Volvemos a decir que esto no es ser apocalíptico, en términos de Eco. Lo integrado es usar todo esto para despertar ideas, grupos, educación informal, debates, sí, pero consciente de los límites de los debates y que todo aquel que dice algo en serio tiene un motivo para decirlo. ¡Qué fácil que es hablar de lo que NO nos afecta! ¡Y qué difícil es dialogar de lo que SI nos afecta! A ti, que te afecta tanto que haya personas en contra del matrimonio homosexual, allí es cuando tienes que comprender, entender, dialogar, y saber mantener tu postura al mismo tiempo. A ti, que te afecta tanto que haya personas a favor, lo mismo. Finalmente, en este debate donde se ha hablado tanto del respeto a lo diferente, todos han insultado al diferente, en nombre del respeto a las diferencias.

miércoles, 14 de julio de 2010

NI SIQUIERA IN-SISTO, SÓLO RE-SISTO

domingo 15 de noviembre de 2009
PREGUNTAS SOBRE EL LLAMADO MATRIMONIO HOMOSEXUAL
¿Por qué quieren que el estado los case?

A los heterosexuales, la misma pregunta: ¿por qué el estado tiene que casar?

¿No basta un contrato libre y voluntario siguiendo el dictamen de la propia conciencia?

Yo estoy casado según mi conciencia. Para mí fue una afrenta tener que haber pasado obligatoriamente por el llamado matrimonio civil. Una de las tantas coacciones que tuve que soportar desde el estado.

¿Por qué, entonces, tanto problema?

¿Por qué quieren que haya “matrimonio estatal”?

¿Por los beneficios sociales?

¿Entonces el problema consiste en los beneficios estatales obligatorios concedidos por el estado?

¿Y por qué tienen que existir esos beneficios obligatorios?

Si se habla de “libertad”, “respeto a la conciencia”, ¿por qué están de acuerdo con que el estado se meta en educación, salud, seguridad social, etc., violentando las conciencias de todos? ¿Por qué hablar de libertad individual y NO extenderla a todos los ámbitos, con un doble standard incoherente?

Y para los liberales clásicos que apoyan al “matrimonio homosexual”, de vuelta, ¿no es máximamente incoherente que pidan que el estado dictamine en la materia?

Y para los creyentes, ¿qué tiene que ver el estado con nuestra fe? ¿Qué tiene que ver la coacción con el acto de fe?

Y si hay un “matrimonio natural”, ¿no sería mejor que en las circunstancias históricas actuales los gobiernos se abstuvieran de legislar en esas materias?

¿Cuándo nos haremos todos estas preguntas y viviremos todos un poco más en paz?

domingo, 11 de julio de 2010

MI ECONOMIA DE NIÑO

Conjeturé una de mis primeras teorías económicas cuando era muy niño (3, 4 o 5 años). Veía que mi madre “hacía las compras”, y sucedía algo curioso. Mamá le deba al señor del almacén “algo” y el señor en cuestión le devolvía algo parecido además de la leche, pan o galletitas. ¿Qué misterio era ese? La cuestión me resultaba sumamente intrigante. Ah!!! Ya sé, dijo el precoz economista. Si a mamá le falta eso (dinero o algo así) para comprar, el señor del almacén le da lo que le falta, y entonces, todo resuelto.

Era una teoría muy sofisticada. Por un lado había logrado ver en algo la escasez (esto es: a mamá, por algún motivo, no le alcanzaba), pero al mismo tiempo había un subsidio que hacía “desaparecer” la escasez. Obviamente yo no era un cerdo capitalista que preguntara de dónde salía el subsidio. Podría haberlo publicado en un journal pero en 1964 o 65 no había Internet y no me pude conectar con los economistas de la CEPAL.

Mis otras teorías económicas dejaron aún más el tema de la escasez y, por lo tanto, mi carrera de economista profesional iba en progreso. Si me peleaba con mi hermano por algún juguete, mamá o papá intervenían y establecían quién iba a jugar 1ro y quién después, o dictaminaban la solidaridad obligatoria. Racionamiento. Así de simple. Si tenía sed, le pedía a mamá. Si tenía cualquier necesidad, también. Subsidio total.

Pero el precoz economista anticipó las teorías keynesianas antes de conocerlas. Una vez, ante un juguete muy caro, dejé bien asentada mi protesta monetaria: “¿Qué es un billetito de…?”. Recuerdo muy bien el juguete, la ocasión, la frase, las pacientes explicaciones de mis padres, conservadores desalmados que no podían emitir papel moneda por encima de sus salarios y dejaron al niño sin su juguete, derecho al juguete establecido en la Constitución Nacional, en todas las provinciales, en la Declaración Universal de Derechos del Hombre, en el Pacto de San José de Costa Rica y en la Carta Democrática de la OEA.

Así que sí, ya saben, yo también fui socialista de avanzada en mi niñez. Establecí subsidios parciales, totales, racionamiento, emisión monetaria, hasta que todas esas sabias medidas fueron cortadas de plano con la lectura de Mises en la adolescencia, cuando abandoné el tierno socialismo de mi niñez y me convertí en lo más odiado de lo más odiado en el mundo: un liberal. Un liberal, en medio de un mundo donde la mayor parte de las personas son psicológicamente niños, o padres, pero nunca iguales, nunca adultos.

viernes, 9 de julio de 2010

EL TIEMPO MÁS LIBRE

Algo excelente que quiero compartir con todos ustedes:

-----------------------------


El tiempo más libre

Por Jaime Nubiola

Para El Pulso Argentino, nro. 9.







Me ha deslumbrado leer en el libro de Mihaly Csikszentmihalyi, Fluir. Una psicología de la felicidad que un rasgo típico de la gente feliz es que no distinguen con claridad entre trabajo y tiempo libre. Esta afirmación me impactó porque tocaba una fibra muy íntima de mi manera de concebir la vida que quizá hasta entonces no me había parado a pensar. Las personas felices -venía a decir este libro recomendado por un antiguo alumno- hacen lo que aman y aman lo que hacen, disfrutan con su trabajo porque lo hacen libremente y, por consiguiente, saben también disfrutar en los periodos de descanso.

Como en contraste venían a mi cabeza tantos de mis conocidos que se aburren en su trabajo y que se aburren todavía más en su tiempo libre. Lo único que anhelan de lunes a viernes es llegar al fin de semana y, una vez en el fin de semana, lo que quieren es -según se dice en España- "desconectar", esto es, hacer algo totalmente distinto a lo que han venido haciendo los días precedentes. Sobre todo entre la gente joven, eso tan distinto consiste muchas veces simplemente en emborracharse un fin de semana tras otro. De esta forma, para muchos el domingo se convierte en el peor día de la semana, sea por la resaca de la noche anterior, sea porque el lunes han de volver al trabajo.
Escribo estas líneas en un fin de semana festivo en los Estados Unidos y me impresiona ver desde mi ventana a tantos vecinos y vecinas afanados -al parecer gustosamente- en arreglar su jardín, cortar el césped, podar las ramas y las demás tareas que un bonito jardín necesita: ¿Están trabajando o están descansando? ¿No estarán haciendo las dos cosas a la vez? Quien trabaja en algo distinto en su tiempo libre se divierte y, en cierto sentido, hace que ese tiempo sea mucho más libre.

A mí me pasa algo de esto, pues disfruto con las clases, las conversaciones con los estudiantes, la investigación, la escritura. Además, aprovecho de ordinario las vacaciones para trabajar con más tranquilidad y sosiego, sin inoportunas interrupciones, en aquellas cosas que más me gustan y que quizá no puedo atender durante el curso académico. En este sentido, podría pensarse que mi defensa de la indistinción entre trabajo y tiempo libre sólo se aplicaría, en todo caso, a los trabajos más intelectuales, pero la experiencia recogida por Csikszentmihalyi dice que esto no es así al menos algunas veces. Transcribo de su libro:

"Cuando le preguntaron a Serafina (una aldeana de los Alpes italianos) qué era lo que más le gustaba hacer en la vida no tuvo ningún problema en contestar: ordeñar las vacas, llevarlas a pastar, cuidar del huerto, cardar lana..., en efecto, ella disfruta con las cosas que realiza cotidianamente para vivir. En sus propias palabras: «Me da una gran satisfacción. Estar fuera, hablar con la gente, estar con mis animales. Les hablo a todos: a las plantas. a los pájaros, a las flores y a los animales. Todo en la naturaleza me hace compañía; se ve cómo la naturaleza cambia todos los días. Una se siente limpia y feliz: es una lástima sentirse cansada y tener que volver a casa. Incluso cuando se tiene que trabajar duramente es muy hermoso».

Cuando se le preguntó qué haría si tuviese todo el tiempo y todo el dinero del mundo, Serafina se rió y repitió la misma lista de actividades: ordeñaría las vacas, las llevaría a pastorear, cuidaría del huerto, cardaría lana. No es que Serafina ignore las alternativas que ofrece la vida urbana: de vez en cuando mira la televisión y lee revistas, y muchos de sus parientes más jóvenes viven en grandes ciudades y tienen un estilo de vida cómodo, con automóviles, aparatos eléctricos y vacaciones en lugares exóticos. Pero su estilo de vida, más elegante y moderno, no atrae a Serafina; ella está totalmente contenta y satisfecha con el papel que juega en el universo."

Añade Csikszentmihalyi que se entrevistó a los diez residentes más viejos de Pont Trentaz, en el Valle de Aosta, que tenían entre sesenta y seis y ochenta y dos años de edad, y todos ellos dieron respuestas parecidas a las de Serafina: "Ninguno de ellos estableció una distinción brusca entre el trabajo y el tiempo libre, todos mencionaron el trabajo como una fuente importante de experiencias óptimas y ninguno querría trabajar menos si tuviese la oportunidad".
Esto me trae a la cabeza el valioso testimonio de Juan Pablo II que recoge uno de sus biógrafos. En una ocasión, estaba haciéndole una entrevista un periodista que con sus preguntas iba recorriendo la jornada del Papa desde que se levantaba muy temprano en la madrugada para rezar hasta la cena por la noche con varios invitados. El periodista, asombrado de que no parara en todo el día, le preguntó cuándo tenía el Papa su tiempo libre. Y el Papa filósofo, como indignado por la pregunta, replicó de inmediato al periodista con su fuerza habitual: "¡Todo mi tiempo es libre!".

El tiempo más libre es aquel en el que nosotros somos realmente los protagonistas, los que llevamos de un modo u otro las riendas de nuestra actividad. Por eso, las personas más felices hacen siempre más o menos lo mismo, sea en los días laborables o en los días supuestamente de descanso.
_________________________
Jaime Nubiola es profesor de filosofía en la Universidad de Navarra y profesor del Doctorado en Filosofía de la UNT (jnubiola@unav.es).

domingo, 4 de julio de 2010

Había una vez....

...un granito de arena que se sentía muy solo, aunque apretado, en medio de otros granitos cuyo sentido tampoco veía. Por qué estoy en esta situación sin sentido, se preguntaba. Soñaba, como todos, en hacer algo por el mundo, pero se sentía impotente y esa impotencia acumulaba ansiedad y violencia.
Entonces Dios lo tomó de la mano y le dijo: mira, formas parte de esta playa,… lo mismo que las gotas de agua del océano y los átomos del sol.
Así de simple. Somos todos granitos de arena, sí, de una playa desconocida, que está en los planes de Dios. No acumulemos sueños de grandeza. Descubramos que somos granitos con inteligencia y voluntad, con una esencia individual que somos nosotros mismos, cada uno de nuestro propio yo, cuyo pro-yecto es desplegar ese yo en armonía con los demás. Parecerá muy poca cosa, pero no: si es así, seremos parte de esa playa. Si no, nos iremos de esa playa, muy arriba, intentando diseñarla, ocupando el lugar de Dios, y caeremos, por supuesto, guiados por cualquier viento, hacia cualquier lado. Y entonces sí estaremos solos, aislados, y nuestra vida habrá quedado sin rumbo.